Mi nombre es Eliana Marín y soy aliada del Día de las Buenas Acciones en Perú.
Mi profesión es la docencia, y mi vocación es el voluntariado. Por eso, en cada clase recuerdo a mis alumnos que descendemos de los Incas, y que esta cultura milenaria ya contaba con una forma de prestación de servicios y trabajos basados en la reciprocidad. Esta práctica era llamada Ayni, y consistía en la ayuda mutua entre familias, donde el servicio recibido tenía que ser devuelto en forma semejante. La reciprocidad y el compañerismo eran auténticos porque se trataba de beneficiar a los que estaban imposibilitados de realizar tareas determinadas.
En este artículo voy a contarles de mi Ayni.
Me encuentro en el mundo del voluntariado gracias a dos ángeles. Mi primer angel fue la Hermana Simona de la congregación de las Hermanas de la Asunción. Ella me invitó a los 14 años a ser voluntaria con personas discapacitadas. Desde ese entonces no he dejado de involucrarme en el mundo del voluntariado.
Años después me mudé a Italia y conocí a Luzi, mi segundo ángel. A él lo conocí en la “Casa de la Solidaridad” (Bressanone), donde los migrantes de todas las nacionalidades encontramos hospitalidad y aprendimos que tenemos que ser el cambio que queremos ver en el mundo. Allí también aprendí a tratar con adultos mayores, cómo colaborar y trabajar con ellos.
Al volver a Perú, tuve el honor de ser parte de la Red Arequipa Voluntaria (R.A.V.). Trabajar en la RAV fue un hermoso reto para poder aplicar lo aprendido en Europa con los adultos mayores en la sociedad y realidad peruana.
Las personas mayores pueden ofrecer su tiempo para ocuparse de personas que lo necesitan, enriqueciéndose a sí mismas; puesto que el voluntariado es una experiencia que hace bien tanto a quien la recibe como a quien la realiza. Recibir y proporcionar ayuda son predictores significativos de la salud mental. Dar ayuda es importante. Tal como dice Ceci Azus-Serphos en su artículo en este blog, los ancianos pueden dejar una huella muy grande en nuestras vidas.
Los adultos mayores son la memoria de un pueblo. Necesitamos de su sabiduría y experiencia poder construir un mundo respetuoso de los derechos de nuestra sociedad a nivel global.
Considero que hay que proponer un cambio de paradigma en la educación a lo largo de la vida, y establecer una cultura del envejecimiento donde el diálogo entre los jóvenes y los viejos construyan una sociedad justa, solidaria y mucho más humana. Es necesario promover el voluntariado intergeneracional, gestionando con eficacia los recursos humanos que las personas mayores aportan a la comunidad, frente a una población que envejece.
Considerando que las personas mayores son sujetos de derechos y no de beneficencia, deberían ser parte de la agenda de toda organización de voluntarios, nacional e internacional. Esto es imperativo para poder reducir la brecha de desigualdad en poblaciones vulnerables.
En la sociedad del conocimiento, el desafío también es promover la investigación sobre el voluntariado. Hay que fortalecer la gestión del conocimiento. La investigación previa ha puesto de manifiesto que los voluntarios mayores tienden a ser reclutados por el boca en boca. La razón de que no sean voluntarios generalmente responde a que nadie se los ha pedido aún. El desafío es incentivarlos a voluntarizarse. Para esto, se podría hacer hincapié en los estudios que demuestran que el voluntariado se asocia a una menor probabilidad de sufrir Alzheimer y que el alto nivel de participación en clubes y actividades voluntarias se asocia con bajos niveles de mortalidad entre mujeres ancianas.
Los programas de voluntariado más exitosos para este segmento social serán aquellos que se basen en una cuidadosa evaluación de las habilidades y expectativas de los voluntarios en relación con las necesidades de la organización. Llevando a cabo una gestión de calidad, es importante crear opciones de voluntariado flexibles y diversas, con mayores posibilidades de voluntariado intergeneracional.